<<No tengas miedo>>, le susurré.
<<Somos como una sola persona>>.
De pronto me abrumó
la realidad de mis palabras.
Ese momento era tan perfecto, tan auténtico.
No dejaba lugar a dudas.
Me rodeó con los brazos,
me estrechó contra él
y hasta la última de mis terminaciones
nerviosas cobró vida propia.
<<Para siempre>>, concluyó.